El 27 de junio de 2012 fue un día que quedó grabado en nuestra memoria como una experiencia única en familia. Juani, nuestras hijas Blanca y Carmen, y yo decidimos recorrer las calles de Albarracín, un lugar lleno de encanto en la provincia de Teruel, España. Aunque el día comenzó con una tormenta que dejó el aire fresco y el suelo húmedo, aquello solo añadió un toque mágico a nuestra aventura.
Un ambiente pintoresco tras la tormenta
La lluvia había cesado, dejando en el aire ese aroma a tierra mojada que tanto nos gusta. Las calles empedradas brillaban bajo un tímido sol que comenzaba a asomar entre las nubes. Albarracín nos recibió con su característico tono rojizo, gracias a las fachadas de yeso y piedra de sus casas, que parecían cobrar vida con la humedad.
Recorriendo sus monumentos históricos
Nuestro paseo comenzó en la emblemática Plaza Mayor, un rincón lleno de encanto con su tradicional forma irregular y los soportales que la rodean. Desde allí, avanzamos hacia la imponente Catedral del Salvador, cuya torre se alza como testigo del tiempo y ofrece una mezcla de estilos arquitectónicos que reflejan siglos de historia. Blanca y Carmen se quedaron fascinadas con los detalles de la decoración y las historias que descubrimos dentro.

De la catedral nos dirigimos al castillo, situado en lo alto de la ciudad. Aunque en ruinas, las murallas y las torres ofrecen una vista impresionante de Albarracín y sus alrededores. La emoción de caminar por senderos que, siglos atrás, fueron transitados por guerreros medievales hizo que este momento fuera especialmente memorable para nuestras hijas.
Calles llenas de encanto
A medida que paseábamos por las estrechas y empinadas calles, nos deteníamos a admirar rincones únicos, como las ventanas enrejadas con flores que adornan muchas casas o las puertas antiguas que parecen guardar secretos de generaciones pasadas. Entre nuestras paradas favoritas estuvo la Casa de la Julianeta, un edificio de aspecto peculiar que parece desafiar las leyes de la gravedad con su inclinación.
Un final perfecto
Al terminar el paseo, el cielo se despejó por completo, y pudimos disfrutar de una cálida luz dorada que bañaba el pueblo. Nos sentamos en un pequeño restaurante para saborear unas tapas locales y brindar por un día inolvidable en familia.
Albarracín nos dejó enamorados con su mezcla de historia, naturaleza y arquitectura singular. Fue un regalo poder compartir este momento con Juani y nuestras hijas, y estoy seguro de que este paseo será una de esas historias que recordaremos juntos durante años.